ARTÍCULOS 3

COMENTARIO:
Vamos a comenzar
COMENTARIO DESTACADOS:

<<VIENE DE LA PÁGINA ANTERIOR

 

MITOLIGÍA E HISTORICIDAD

 

La tradición de un pueblo


Una sociedad resulta de la interrelación dinámica entre individuos, lo que a su vez se revierte. El concepto de sociedad, más restringido, no es equiparable al de Estado, pues hay sociedades organizadas, con interese comunes, que no son precisamente Estados. El concepto de nación y de patria, como ya se vio, son más románticos y afectivos. Para la antigüedad se denominan pueblos el conjunto humano que comparte una determinada organización jerárquica, que poseen una lengua común, que tienen creencias religiosas similares pero que, ante todo, comparten una misma tradición, de donde se dicen descendientes, sin importar que su pretendido origen sea mitológico. De aquí deducimos que la mitología crea la cultura, representada en una forma de hablar particular de un conglomerado, de una forma de religiosidad, cuya suma con una y otra, genera un esquema organizacional. Un pueblo, en síntesis, se identifica cuando posee los elementos citados anteriormente, y es muy secundario el aspecto físico, que tiende a permanecer debido a que solamente los integrantes del pueblo deben unirse sexualmente con sus pares; cuando el apareo se realiza con los miembros de otro pueblo, se produce una degeneración de ese pueblo. A pesar de todo, en cualquier lugar en donde se establecen varios pueblos simultáneamente, se va creando una simbiosis que da origen a un nuevo pueblo, que aunando fortalezas va dando origen al concepto de nación. Cuando un gobernante subyuga varias naciones, entonces, al símil romano, se crean los imperios. El concepto de Estado se basa en poseer, en consecuencia, un territorio determinado, en donde sus habitantes, descendientes de una tradición común, e identificados por una cultura igual, jerarquizan su organización social con códigos, que no solamente pretenden la protección del establecimiento, sino la salvaguardia de la identidad nacional.


El primer método de trasmisión de la información fue el del lenguaje hablado, pero, como se ha demostrado con las excavaciones arqueológicas, el homo sapiens, debido a su intelectividad, es el único animal que dibuja. Prueba de ello son los innumerables dibujos e inscripciones jeroglíficas, simplificación ideográfica de los dibujos, convertidas en el paso que antecede a la escritura fonética. Así que cuando hablamos de tradición, simplemente nos imaginamos que es exclusivamente oral, pues sí, la tradición es oral, aunque se plasme posteriormente con la escritura. Tampoco debemos olvidar que la tradición es, ante todo, una interpretación mitológica de la realidad, dando origen, así, a la historicidad. A contrapelo, la historia pretende servirse de los métodos científicos para recomponer la historicidad y convertirse en historia; sin embargo, ni una y otra nos da la certeza histórica al ciento por ciento. La historia se basa en el registro de la información debidamente clasificada y ordenada, obtenida por medios científicos, mientras que la historicidad se fundamenta en los recuerdos míticos de un pueblo, trasmitidos oralmente de generación en generación, que va creando su imaginario colectivo e individual. La tradición se trasmite, mientras que la historicidad se vive y la historia se aprende. Aprendemos el lenguaje por tradición, practicamos la religión paterna por tradición, pues ni una ni otra las hemos elegido antes de nacer. La tradición es sagrada, y por eso los conflictos que se crean socialmente cuando alguien se sale de dicho marco conceptual, y de ahí la tendencia a penalizar de alguna manera la herejía. La tradición es el alma de la patria y la historicidad es el fuste de la nación, mientras que la historia se convierte en el espíritu del Estado. La tradición da origen a la idiosincrasia de un pueblo y de un individuo, y el concepto de Estado crea una identidad de compromiso con el establecimiento.


La tradición se convierte en el primer paso para el estudio de la historia como ciencia, algo que resulta práctico, además de útil para la investigación. Los hechos que narran la historicidad deben ser recopilados, por más mitológicos que parezcan, con el fin de encontrar su grado de certeza. La tradición tiende a unir los pueblos, de ahí su primacía, y como los conglomerados pretenden mantener la tradición en forma inalterada, a pesar de las interpolaciones aleatorias, ésta se convierte en una fuente esencial para recomponer la historia, por eso el historiador debe acudir a la fuente primaria de la tradición, con el fin de conocer y verificar los hechos, que, aunque sean fantásticos, tienen su trasfondo de veracidad. Nada más cierto que es la tradición la que le permite a varias ciencias, entre ellas la psicología y la sociología, descubrir la pisque colectiva de un específico conglomerado humano, entendiendo o infiriendo, al menos, las causas, efectos y consecuencias del proceso social. Pero, lo más grandioso, la tradición no es solamente el producto de la intelectividad, sino que ayuda a estudiarla, a comprenderla y a generar la evolución del pensamiento humano, motor de todos los procesos sociales.


Los escritos sagrados


Al carácter mitológico del pensamiento humano se le deben las manifestaciones artísticas, religiosas, políticas, filosóficas, científicas y tecnológicas. Pero, a la mitología se le debe, también, la invención de la escritura, ya sea ideográfica, fonética o cuneiforme, y, por ende, la recopilación de la tradición en escritos sagrados, por qué no, incluyendo a La Ilíada y a La Odisea, pues a mi modo de juzgar, todo lo que resulte de la mitología es, a su manera, sagrado, cuyo concepto es subjetivo y contextual, pues, ya se dijo, que para los cristianos, El Corán no es más que un libro de narraciones de los sarracenos. Ahora, el concepto de libro no es el mismo aplicado a la antigüedad, tal como lo entendemos hoy en día, ni cómo se entenderá cuando solamente existan libros electrónicos. Los libros sagrados, tal como los conocemos actualmente, no son más que recopilaciones, muchas veces a la manera de rompecabezas, escritas de acuerdo a los medios disponibles de cada pueblo en determinada época. Fragmentos de aquí se unieron, verbigracia, a los de allá, sin importar su cronología o el tiempo en que fueron escritos realmente. Las primeras recopilaciones surgieron solamente después de la invención de la escritura, y fueron realizadas por los famosos escribanos que eran hombres supuestamente eruditos y que tenían el privilegio de conocer la escritura. De hecho, las primeras interpolaciones de los escritos sagrados, debieron hacerla tales escribanos, acomodando a su entender, concepción y arbitrio los hechos que la tradición narraba. Esta disparidad se advierte en La Biblia, ya que los escribanos de Judá acomodaron en sus recopilaciones los intereses propios de su tribu para someter a las demás. En la lucha por la primacía, los escribanos de la tribu de Israel, hicieron lo propio, y solamente se realizó una unificación caprichosa, con otra cosmovisión, siglos después. A pesar de que se pretendió, realmente no se logró una unificación de la tradición judía con la israelí, creando esto las diferentes tendencias del judaísmo, provenientes simplemente de dos pueblos, que, aunque en algunos aspectos afines, eran definitivamente diferentes en la esencia de sus tradiciones; empezando porque cada uno tenía su propio dios; Yahvé, para la tribu de Judá y Shaddai para la tribu de Israel. Con el asunto de los nombres divinos, existe el óbice de que los pueblos semitas, babilonios, persas e indos, todos los del mito ario, tenían como costumbre jamás pronunciar el nombre de las divinidades, ya benignas o malignas, con el fin de que no pudieran ser conocidas por los enemigos o por otros pueblos. Además, los mismos dioses eran pronunciados de manera diferente entre los diversos pueblos, asignándoseles variantes que los hacían diferentes, pero conservando su esencia, lo que los hacía iguales.


Los libros sagrados carecen de unidad conceptual y estructural monolítica, aunque El Corán, por ser más reciente, presenta mayor unidad al ser escrito pocos años después de que el profeta Mahoma lo recibiera en forma de recitaciones, que él, según la tradición, grabó perfectamente en su mente. Posibles interpolaciones también se ha debido presentar cuando se le adicionaron las vocales al escrito coránico, hacia el 800 o hacia el 900 de la era cristiana. El libro más monolítico es el Código de Mani que fue escrito por el fundador del maniqueísmo, en cuyo caso hay la certeza de que posee el autor que dice tener, a pesar de que también es una serie de recopilaciones del mimo profeta susceptibles de interpolación. Muchos escritos eran escondidos para protegerlos de los enemigos, quienes podían hacer uso mágico de ellos y en contra del pueblo invadido; tiempos después, incluyendo periodos de varios siglos, los escritos eran descubiertos y recompuestos con la nueva cosmovisión de quienes los hallaban. De aquí se deduce que los escritos sagrados no deben ser entendidos como si se tratara de una obra literaria actual, con un autor conocido, que incluso se puede saludar de mano. No obstante, el dogmatismo de las religiones pretende hacer creer que sus libros sagrados son monolíticos, ya que son fuente de una sola inspiración divina; allí no existe una transliteración siquiera, pues la palabra de Dios es única e inmutable. Las versiones y las traducciones, efectivamente controvierten el sentido original que se pretende darle a los libros sagrados, pues, como ya se vio, una frase puede cambiar completamente de significado de un idioma a otro, y las versiones no son más que acomodaciones sectarias para justificar el corpúsculo de fieles.
El máximo libro judeo-cristiano, La Biblia, comenzó a recopilarse hacia el año -300 en lo referente al Antiguo Testamento. Por entonces su recopilación se realizó con base a otros escritos sueltos, a fragmentos dispersos entre los cuales se creyó alguna continuidad y aún a la tradición oral que los escribanos plasmaron, eso sí, con la pretensión de sublimar la comunidad del pueblo elegido. La recopilación bíblica presenta gran cantidad de autores, en su mayoría atribuciones, y se bifurca en dos versiones, la euluista  y yavista, presentándose, por consiguiente, una ambivalencia desde el comienzo de la recopilación, en donde el dios Elohim representa la potencia de dios, la fuerza y el bien, mientras que el dios Yahvé encarna la fuerza legisladora y punitiva; la fusión de las dos concepciones resultaron ideales para el pueblo hebreo, que se hizo guerrero pero también practicó ciertas concepciones morales que, a la larga, influyeron en las subsecuentes religiones. Elohim era un dios de carácter semítico puesto que tiene la prefijo El o Al, que en semita genérico se emplea para designar a la divinidad. Por otra parte, Elohim parece significar “el que es”, el mismo “tat tum asi, del sánscrito primitivo que llegó a Babilonia posteriormente. Al contrario, Yahvé era apenas comparable con el dios Asur de los asirios, el Marduk de los babilonios o el Indra de los persas; debido a que su nombre era improfanable y secreto, representado por el Tetragrama, no hay una luz clara para desentrañar efectivamente su origen o significado. La unificación política entre judíos e israelíes, dominando una serie de tribus semitas dispersas que integraron, ya por la fuerza o por asimilación, al nuevo reino, se dio hacia el año -1000 o -970. David, de la tribu de Judá, realizó la unificación de los judíos y de los israelíes y luego conquistó los territorios anexos, llegando a tomar posesión de Sion o Jerusalén, según los libros bíblicos de Samuel, Reyes y Crónicas. Es razonable deducir que al proclamarse la tribu judía como la conquistadora y vencedora, el clan superior, asimismo, se impusiera su dios, quedando Yahvé, con la variante de Jehová, como único dios del reino unificado. Desde entonces se rescató lo similar de las tribus conquistadas, tal como suele suceder siempre que se conquista una cultura, se hicieron adopciones, recomposiciones, acomodaciones y se atribuyeron autores para crear la religión oficial, acorde con la idea de nuevo reino unificado, todo esto, por supuesto, que ha debido fusionarse en la tradición plasmada en la prístina recopilación bíblica.


Los griegos, muy dados como los romanos, a interesarse y hasta practicar las creencias extranjeras, se preocuparon por el judaísmo, realizándose, a solicitud del Sumo Sacerdote, la traducción de La Biblia al griego, por aproximadamente 70 eruditos en Alejandría, y lo que permitió, debido al carácter universal de la lengua helena, la difusión del libro sagrado entre los no judíos. La tradición cuenta que el rey Tolomeo II Filadelfo, hacia el año -250, auspició la traducción, por lo que la nueva recopilación bíblica pasó a denominarse Septuaginta, en honor a los 70 sabios que realizaron dicha tarea. Bueno, no queda muy claro por qué un egipcio auspició la traducción del hebreo al griego de La Biblia, pero ciertamente que la Septuaginta les sirvió a los judíos helenizados, que no tenían al texto sagrado original, sin que se perdiera la costumbre de que el escrito era exclusivo y, por ende, secreto para los judíos de forma expresa. Esta traducción sirvió para que Filón asegurara que La Biblia había servido como fuente de inspiración de los grandes filósofos griegos, especialmente Platón, lo que por cronología es evidentemente contradictorio. Fue verdad que muchas de las doctrinas bíblicas influyeron en Filón de Alejandría, pero es más evidente que el conjunto de la doctrina del mito ario influyó en los grandes filósofos griegos desde los presocráticos hasta los pos aristotélicos.

   
Con el advenimiento del cristianismo helenístico, hacia los siglos II y III de nuestra era común, se adicionó el Nuevo Testamento a La Biblia, que, como suele suceder con todos los escritos sagrados, sufrió un proceso desaforado de interpolaciones, especialmente por el mito del dios salvífico, que comenzaba a tener forma en un nuevo dios. El ser humano constantemente tiene la necesidad de sentir que lo salvan para superar las dificultades y las angustias presentes. También se hicieron algunas adiciones de textos griegos al Antiguo Testamento, realizándose así la versión cristiana de La Biblia, aunque posteriormente los protestantes desecharon del libro dichas anexiones. Debido al auge soteriológico, especialmente, en el mundo helenizado, el nazarenismo comenzó a tener una amplia difusión, especialmente por su origen judío, hasta el punto de que se confundió con una secta judía, que implícitamente lo era. Este nazarenismo primitivo fue tomando forma conceptual, lo que permitió recopilar gran cantidad de textos, especialmente escritos en griego y de apreciable antigüedad, para ir conformando el nuevo cuerpo doctrinal de la religión nazarena, convirtiéndose en cristianismo heleno. El vocablo Cristhos, ungido, es de origen griego, término adoptado para un Jesús Profético que se convertía paulatinamente en dios soteriológico, aunque de forma filosofal o iluminada, ya que la encarnación divina es algo espiritual y jamás corporal, concepción afín a los griegos que eran dados más a la actividad intelectual, al contrario de los romanos, que fundamentaban su idiosincrasia en un espíritu guerrero que propendía por la organización, en donde la simbología material tenía más aceptación y valor que la actividad puramente intelectiva. Gran cantidad de comunidades se identificaban con la doctrina soteriológica de carácter profético, hasta que el mito que iba tomando más fuerza y popularidad, especialmente por lo novedoso, se transformó en ese cristianismo imberbe y helénico que se difundió hasta Roma, en donde la tradición asegura que se le persiguió inicialmente; desde entonces, se adoptó como nombre común para las diferentes comunidades que practicaban las doctrinas del profeta soteriológico Joshua, el nombre de cristianos. El término Jesucristo no es más que el intento de unificar la supuesta concepción judía y helena de Joshua, el difuso profeta judío. El mito del dios hecho hombre, en la connotación dogmática del cristianismo después de Teodosio, fue moldeado en su forma definitiva por los romanos, y Cristo dejó de convertirse en el profeta Jesús, un judío de carácter difuso, del helenismo para convertirse definitivamente en un dios hecho hombre material, asimilando las leyendas de los diversos dioses soteriológicos como Mitra. Al ser Saulo de Tarso romano, y quien tuvo posiblemente una existencia histórica, los escritos atribuidos a él, coadyuvaron para que ese cristianismo heleno fuera aceptado por Constantino y por Teodosio el Grande. El cristianismo romano extinguió al cristianismo helénico, como éste extirpó el denominado cristianismo primitivo o nazarenismo compuesto por diversas sectas, que se desarrolló especialmente durante los siglos II y III de nuestra era común.


Retornando al Nuevo Testamento, es claro que todos los escritos trataron de sublimar al difuso profeta Joshua, atribuyéndole prodigios con el fin de corroborar que era el Ungido, el Iluminado, quien trasmitía la revelación divina para salvación del género humano, a través de su pasión, muerte y resurrección. No se debe olvidar que leyendas similares pululan siempre, y en un efecto undívago, se unifican y se separan, que fue lo que se hizo con las recopilaciones, una serie de escritos denominados canónicos y que representaron la ortodoxia del cristianismo romano. Sin embargo, quedaron por fuera del canon gran cantidad de escritos similares que pasaron a denominarse apócrifos o escondidos; muchos de estos textos fueron realmente secretos por pertenecer a diferentes sectas del gnosticismo, doctrina que mezclaba ideas filosóficas helenas con un cristianismo de carácter mistérico, mágico y filosofal. Podemos preguntarnos ¿verdaderamente la cosmovisión y la interpretación del Nuevo Testamento corresponde a la época en donde supuestamente Jesús existió? Más de tres siglos de diferencia realmente deben marcar importantísimas divergencias, en el supuesto de que la vida de Jesús haya sido histórica. El argumento de que la doctrina de la revelación divina es inmutable, única e incontrovertible, premisas subjetivas, es apenas una justificación que carece de lógica, porque de ser así, no habría sino una sola religión sin ninguna secta, y los hombres no se matarían por imponer su credo.


La traducción de La Biblia Septuaginta al latín, la realizó Eusebius Hieronymus, conocido como San Jerónimo, quien realizó adiciones y versiones como los Salterios; esta Biblia se conoce con el nombre de Vulgata, edición popular, y fundamentó definitivamente la influencia romana sobre el cristianismo, ya que se realizó en tiempos de Teodosio el Grande, hacia el año 400 del calendario gregoriano. La Vulgata recogió importantes concepciones de Agustín de Hipona, que sustentaron la religión impuesta por los romanos. Es bien sabido que el emperador Teodosio I impuso el cristianismo a sangre y fuego, mientras los teólogos perfeccionaban la doctrina única, inmutable e incontrovertible de la revelación en el idioma romano, el latín. El cristianismo romano pasó, entonces, a convertirse en la única religión verdadera y universal, denominándose catolicismo, siendo impuesta por la fuerza por el lábaro imperial del águila en todos los territorios, en donde los romanos pretendían la creación de un Imperio Universal, regido únicamente por ellos.


Finalmente, debido a que La Biblia Vulgata, con el correr del tiempo, y con la aparición del protestantismo cristiano, fundamentalmente de origen germano, fue perdiendo la precisión doctrinal y dogmática, en el Concilio de Trento se ajustó el texto de Jerónimo, convirtiéndose en el único autorizado por la oficialidad de la Iglesia Católica. Cabe anotar que siglos después se autorizó la traducción de La Biblia a otros idiomas. Como Roma era la capital del Imperio y como su lengua era el latín, la Ciudad Eterna, como se le denomina romántica y religiosamente, pasó a ser la capital del cristianismo y el latín su lengua sagrada.


La tradición cuenta que el Avesta, el libro sagrado del zoroastrismo, fue recopilado por un tal Kavi Vishtaspa en doce mil pieles de buey, escribiéndose con letras de oro y realizándose dos copias, una para la ciudad de Persépolis, en griego, ciudad de los persas, y otra para la ciudad de Shiz. En Persépolis, el Zend-Avesta ardió cuando Alejandro Magno mandó incendiar el palacio de la ciudad. Sin embargo, los iranios aún no escribían en aquel tiempo, lo que indica que el relato sobre la recopilación del libro sagrado no es más que mítico, pues hacia el -336, los persas todavía no escribían. Los libros del Avesta, en consecuencia, se fueron formando paulatinamente, primero por la tradición oral, hasta que se realizaron las recopilaciones escritas. De no ser por el grupo minoritario de los parsis que huyeron a India o se escondieron en las montañas de Irán, debido a la invasión musulmana, el Avesta hubiera desaparecido totalmente, perdiéndose un legado mitológico de incomparable valor religioso en cuanto al mito ario se refiere.


El Veda fue recopilado por los rishis, unos eruditos brahmanes, hacia el siglo –III. Es evidente, como suele con los textos sagrados, que se recabaron las leyendas que componían la tradición, y que data desde cuando los aryas llegaron a India, al Punjab en el actual Pakistán, hacia el año -1300. Veda significa conocimiento y allí fija la filosofía vedanta.  Sin embargo, los libros sagrados fueron trasmitidos en sánscrito, idioma sagrado, y en veda, una variante. Lo importante es hacer aparecer que los textos sagrados fueron inspirados y escritos en una sola época y que deben tener carácter apodíctico.


En cuanto al Corán, el segundo libro sagrado más difundido en la historia de la humanidad, después de La Biblia, ya se ha mencionado el carácter mítico de su origen. Debido a su origen semítico posterior, ya cuando había aparecido y se había asentado el cristianismo romano, El Corán acepta a Jesús, Isa, como un simple profeta, negando su carácter de Hijo de Dios; empero, da como cierta la virginidad de María, aunque a veces parece confundirla con la esposa de Joshua; también incluye la creencia en los ángeles y en Satán. Utmán, el tercer califa ortodoxo del islam, ordenó la recopilación por escrito y unificada de El Corán, pues unas partes eran orales y otras, escritos apresurados y dispersos en huesos, cuero y pergaminos. El recopilador fue Zayd ibn Tabit. El consecuencia, El Corán se convierte en un libro sagrado bastante monolítico al realizarse su recopilación en un tiempo muy cercano a cuando el arcángel Gabriel se lo reveló a Mahoma. Otras de las ventajas, hace referencia a que tanto los textos dispersos y la recopilación se realizó en árabe directamente, bajo una cosmovisión e interpretación prácticamente igual a la de los tiempos de El Profeta, puesto que la compilación ha debido efectuarse hacia el año 650 y la muerte de Mohamed fue en el 570, sin embargo, hay una apreciable diferencia de aproximadamente 80 años. Claro está, que a la muerte de El Profeta, rápidamente el islamismo entró en conflicto por asegurar la descendencia, lo que ha debido influir en la selección coránica, desviándola en algo del fundamento prístino. La fuente endógena, siempre vista desde el punto de vista de tradición religiosa, por ende, con falencias históricas, le atribuye a Mahoma una vida santa y milagrosa, con aspectos sobrenaturales, debido a la tendencia de mitificar a los iluminados.


La historia mitificada


Debido a la carencia de métodos científicos, tal como los reconocemos hoy en día, para compilar, ordenar, copiar, analizar y conservar los datos de forma certera, que en lo posible tenga un alto porcentaje de semejanza con los hechos reales, y a la gran influencia ejercida por los conceptos religiosos, filosóficos, políticos y sociales de las épocas antiguas, cuando la civilización despuntó, toda la actividad humana se presentó como tendiente a ser comprendida dentro de concepciones sobrenaturales y mitológicas, que en el trasunto representaban la realidad, el angustia, el dolor y el desamparo del ser humano como individuo y como colectividad. Por aquel entonces se consideraba como el mundo civilizado, de civitas en latín, cultura de la ciudad, las culturas establecidas desde Persia, Babilonia, Palestina, Arabia, Egipto, Anatolia, Grecia y Roma, turnándose cada una la primacía imperial. La mitología se extendió por el mundo civilizado unificada en su intríngulis, aunque con variantes adoptadas por cada pueblo para reforzar su identidad. Hasta antes de la imposición del cristianismo por el Imperio Romano, las religiones, así hubiesen sido oficiales, no se habían expandido sino de forma voluntaria hacia los diferentes pueblos, quienes siempre veían en las costumbres y creencias exóticas una fascinación mistérica que valía la pena explorar, mínimamente. De esta forma se propagaron las creencias desde un extremo al otro del mundo ariosemita, término que utilizo como para no decir que China y Japón no fueron civilizaciones. Los pueblos conquistadores se asimilan con la cultura conquistada, creando una nueva cultura, resultante de tal simbiosis, en donde implícitamente está la imposición de las creencias religiosas, tal como sucedió en el Punjab o en Persia. Los asirios, que no tenían en el sentido estricto una religión sino ideas religiosas, impusieron a su dio Marduk, pero cuando el pueblo guerrero perdió el poder, su dios pasó a los estrados de la leyenda. Fueron estrictamente los romanos, con los emperadores Constantino y Teodosio I, quienes impusieron por métodos violentos el cristianismo romano, y fueron ellos los que llevaron la nueva religión hacia los pueblos que conquistaban. El cristianismo romano se convirtió en doctrina imperial, es decir, Roma se hizo teocrática, y la divinización de el emperador pasó a se reemplazada por la divinidad de Cristo. El pontificado y la jerarquía católica fueron el poder verdadero detrás del trono, y muchos emperadores se sintieron y fungieron como jerarcas de la Iglesia, después de todo, ese cristianismo era el producto acabado de la idiosincrasia romana.


El judaísmo, sin extinguirse debido a la convicción endógena de los judíos, permanecía silente, y los judíos, después de la Diáspora que impuso el emperador Tito, se dispersaban por el mundo tratando de mantenerse como pueblo y, por ende, como cultura. A pesar de su establecimiento entre otros pueblos, los judíos, no solamente trataron de mantener su identidad como pueblo, sino que procuraron perpetuar la etnia, ya que son el pueblo elegido por Yahvé, evitando, por esa convicción religiosa, mezclarse con otras razas. Por eso, los judíos, aún los eskenatsis del centro, norte y oriente de Europa y los sefaradís, de carácter latino, especialmente los españoles, deben ser considerados semitas, pues no olvidaron su lengua del todo y mantuvieron latente su tradición común. A pesar de ser Yahvé un dios guerrero y punible, el judaísmo no se impuso por la fuerza, sino que pervive imbuido por su carácter hermético, ya que el porcentaje de conversiones es mínimo y visto entre ellos como un fenómeno curioso, ajeno a su espíritu religioso. La guerra entre israelíes y palestinos no es, en lo fundamental, por ideas religiosas, sino que resulta como producto de uno de esos retorcijones de la historia: el derecho que los dos pueblos reclaman de tener su Tierra Prometida.


En el Siglo VII de nuestra era, sucedió uno de los fenómenos religiosos, políticos y sociales más impactantes de la historia, hasta el punto que tuvo la capacidad de removerla y de partirla. Una cosa era el mundo ariosemita antes del surgimiento del islam, y otra es la civilización actual con el establecimiento del islamismo. Históricamente, la civilización se parte desde el año 622, pues el mundo dio un giro abrupto, cuyas consecuencias han llegado hasta nuestros días. El islam fue impuesto por la fuerza, debido al nuevo espíritu guerreo de los árabes que enarbolaron la nueva religión como su estandarte de expansión, para crear un gran imperio. Cuando la religión de los mahometanos se implanta, no solamente surgen los terribles conflictos internos, sino que se entra en opugnación con los infieles, es decir, particularmente con el cristianismo, que era un imperio, aunque Roma estaba en decidida decadencia. La lucha se planteó, entonces, por cuestiones de poder. Las religiones débiles políticamente, como el zoroastrismo y el budismo, sucumbieron ante la imposición guerrera del islam, conservándose apenas unos corpúsculos tímidos, aunque maravillosos, en Irán, India y Ceylán. Por concepción doctrinal, el islam se declara como tolerante con las otras religiones, especialmente con los Pueblos del Libro, judíos y cristianos, pero en la práctica la realidad es diametralmente opuesta, porque el islam autoriza a combatir con la Guerra Santa, yihad, a los infieles, es decir, los que no son musulmanes, concepto que autoriza a expandir por la fuerza su imperio, con el argumento de implantar una fe verdadera. La tenacidad del hinduismo, que no es visto como una religión tal como la concebimos, se conservó en India con un 83% de creyentes, pero el islam se convirtió en el segundo grupo religioso. Las sucesivas colonizaciones de India no le permitieron al islamismo instaurarse mayoritariamente entre los hindús, aunque se creó un estado musulmán escindido, Pakistán, que rompió, por cuestiones religiosas, la identidad y cultura de un pueblo que siempre le sirvió de basamento para pervivir entre los colonizadores; los hinduistas de Pakistán se vieron obligados a pasar a India, y los islamitas de India pasaron alegremente a la nueva tierra para crear su propio estado teocrático e islámico.


Aún, hoy en día, el mundo se pelea por el poder imperial, esgrimiendo los argumentos de la mitología religiosa, y eso le da el carácter de que, todavía, en pleno Siglo XXI, en la era de las computadoras, de los aceleradores de partículas, de los trasbordadores y de las estaciones espaciales, el devenir de la especie humana no es más que historia mitificada, paradójicamente, esa es nuestra realidad. En el presente la intelectividad no ha cambiado, así como no cambia el concepto esencial del reloj, y por eso se venden más libros de numerología que de matemáticas, por eso los chamanes en forma de sacerdotes, pastores y brujos aparecen consuetudinariamente en la televisión, por eso la práctica de los agüeros, las festividades religiosas y las invocaciones de Dios por parte de los mandatarios de las naciones más poderosas y avanzadas de la tierra.  La palabra Dios está en boca de cada uno de nosotros continuamente, y Dios lo bendiga, es la expresión que manifiesta nuestros buenos deseos y nuestro agradecimiento cotidiano hasta por las cosas más anodinas. Muchos corren, así sea subrepticiamente, a que les adivinen el futuro por medio del tabaco o a través del Tarot. Los consultorios de los adivinos se atiborran a pesar de la crisis económica. El mundo es de la divinidad, pero ésta solamente ha sido creada por el ser humano en virtud de su intelecto. El homo sapiens ha utilizado a sus hijos, los dioses, para dominar el mundo, empleando el palanquín de la mitología.


El mito teogónico


El aparecimiento de los dioses locales proviene, seguramente, de los tótems de cada aldea, que con el surgimiento de las ciudades-estado se convirtieron en dioses celestiales. En el estado primitivo lo importante era el entorno, la naturaleza circundante, y sólo con la aparición de la civilización, debido a los primeros avances científicos, el firmamento con sus astros y fenómenos adquirió gran importancia, de tal forma que los tótems se convirtieron en dioses celestes. Así mismo, al descubrirse una serie de sistemas en el cielo, se imaginaron las esferas divinas, en una escala en donde habitaban esos dioses de acuerdo a su categoría. Realmente, la civilización surge cuando los hechos se mitifican y aparecen las formas de guardar la información, así sea de manera oral. Una civilización está fundamentada en las ideas mitológicas, que se convierten en religiosidad, o en una forma de ligamento con el pasado, con el presente y con el futuro, reforzando continuamente la identidad de pueblo. De ahí se ramifican, por señalarlo así, los demás poderes y entes que conforman el alma de un pueblo civilizado; la lengua evoluciona, aparece la escritura, se tecnifica la agropecuaria, se edifican construcciones suntuosas de piedra y de ladrillo, se hacen las primeras incursiones matemáticas, como filosofía superior y pura,  se realizan los primeros estudios científicos, especialmente en el campo de la astronomía, pero como el ser humano tiende a convertir todo en magia, aparece la astrología. La ciencia en sus orígenes ha debido se magia, si aún hoy en día nos sorprende como algo que de intuito es sobrenatural. Pero las civilizaciones deben tener sus dioses, protectores y enemigos, benignos y malignos, que entran a conformar el imaginario nacional y, por ende, a reforzar el concepto de identidad nacional y patriótica. A medida que se van realizando las conquistas, los dioses de los vencedores se imponen, pero, a la vez, la cultura de los conquistados se mezcla con la de los conquistadores para crear una nueva suma. Las creencias foráneas se funden con las autóctonas y surgen nuevas manifestaciones, más evolucionadas intelectualmente, de la religiosidad. Todo lo anterior, no es más que la sinergia del acontecer humano, incluyendo su historicidad y su historia, el dinamismo que motiva la evolución del homo sapiens. Las civilizaciones tienen sus cortes de reyes, príncipes y emperadores, y eso, por semejanza, debe ocurrir en las esferas celestes en donde habitan los dioses. Cada pueblo adopta un dios principal, el rey, mientras que los clanes adoptan un dios protector, el padre o patriarca. Entonces, los dioses comienzan a descollar en el panteón ario-semítico. Cada manifestación religiosa, unida por un idioma sagrado, se va convirtiendo en pueblo y luego, en nación, y cuando las conquistas dominan, surgen los imperios. Los dioses van desfilando por la pasarela de la mitología, y cada religión establece su propia generación de dioses, que dentro de la genealogía comienzan a destacarse más unos que otros, llegando, inclusive, a viajar hasta nuevas latitudes, universalizándose de tal manera.


En el brahmanismo, naturalmente, se destaca el dios Brahama, el Señor Universal, que representa un concepto claro de henotismo, o culto a un dios principal. Empero, el brahmanismo adopta una generación de dioses subsiguientes, y el mismo Brahma se trifurca en la Trimurti, compuesta por él como el creador, Vichnú, el conservador y Sivha, el destructor. Uno de los conceptos más novedosos, fue el instaurado por el budismo, que trasformó las antiguas creencias brahmánicas, eliminando los dioses de carácter antropomórfico, y estableciendo un estado especial de la divinidad, correspondiente al reposo absoluto y eterno, que se denominó nirvana. Tal como concebimos la idea de los dioses, el budismo es una religión atea, contradictorio, ¿no? Entonces, el budismo lo único que pretende es alcanzar el nirvana y no la reunión con los dioses. A pesar de la concepción inicial, y por esa tendencia a ser politeístas mistéricos, diversas divinidades de brahmanismo se convirtieron en deidades búdicas, aunque con otro aspecto.


En el zoroastrismo, la religión concluyente de las creencias de los antiguos iranios, aryas, existe un dios principal y creador, Ahura Mazda, también llamado Ormuz, que se opone en virtud dual a un dios maligno llamado Arimhán, fuente de la perversidad y generador del dolor y la desgracia, de la oscuridad y la muerte. El dualismo zoroástrico pasó a conformar el imaginario del judaísmo, el cristianismo y el islamismo, así doctrinalmente pretenda no aceptarse. Dentro de las potencias secundarias, en la religión de Zoroastro se destaca Agnus, el dios que les trajo el fuego a los hombres, por eso dentro de la religión es muy importante su simbología. Otra de las potencias secundarias, que representó el resplandor del sol, fue el dios Mitra, cuyo culto pasó a Babilonia, de ahí a Siria y Palestina, de donde las huestes romanas de Pompeyo llevaron su culto a Roma, en donde se transformó extraordinariamente al adicionársele todos los elementos del culto romano generalizado. El extinto imperio de los medas, después de haber conquistado a Mesopotamia, en donde dejaron su influencia aria, fueron derrotados por los persas en cabeza de Ciro el Grande, hacia el año -550, asimilándose de tal forma a la cultura irania, que los dos pueblos fueron considerados uno solo, todo debido a su origen arya, ya que tenían una lengua y un panteón similares. Para los medos, el dios principal fue Haddad, señor de la tormenta y de la naturaleza. Cabe anotar al margen, que los griegos creyeron luchar contra los medos, que entonces ya estaban bajo el dominio político y fraternal de los persas, motivo por el cual aquellas gestas que duraron desde el año -499 hasta el -479, rayano en el más descomunal y extraordinario heroísmo mitológico por parte de los dos bandos en contienda, fueron denominadas Guerras Médicas, tal como se les conoce por la historia. Es obvio argumentar que las Guerras Médicas fueron entre griegos y persas.


Las creencias religiosas de Egipto también representaron aportes fundamentales en las tres religiones de los Pueblos del Libro, presentándonos una teogonía bastante compleja y amplia. En Egipto se practicaba un culto solar de donde se desprendieron los cultos anexos y subordinados, como el culto a los muertos o la mitología sobre Osiris. El dios primordial es Atman, quien concibe a Shu, divinidad que representa el aire, y a Tefenet, diva que representa el vacío. La pareja anterior engendra a Geb, dios que representa la tierra, a Nut, diosa que representa al cielo, de cuya unión nacen los dioses Osiris y Set; también engendran a las diosas Isis y Nephtis. Atman, junto con las cuatro parejas constituye la Eneada Heliopolitana, ciudad consagrada al dios Sol-Atman, del griego helios, sol y polis, ciudad. Después de algunos procesos sociales, económicos y dinásticos complejos, el imperio se ve en la necesidad de adoptar un dios renovado, pero que en lo fundamental es el mismo Atman, ahora llamado Amón-Ra, y que por simplificación terminó denominándose simplemente Ra. La tradición cuenta que Egipto, entonces, adoptó el monoteísmo con Atón, la suma de los dioses extintos. El culto a Atón se convirtió en la primera manifestación monoteísta entre los árabes.
 

Por Mesopotamia desfilaron muchos dioses, pero cabe destacar a Marduck, el Señor de las Tormentas. La mitología del antiguo poema cosmogónico Enuma Elish, cuenta que Marduck derrotó a Tiamat y Kingu, los dragones constelares del caos, obteniendo el poder supremo sobre el resto de las deidades. Marduck fue reconocido como el artesano del universo y de la humanidad, convirtiéndose, a la vez, en el dios de la luz y de la vida, el regidor de los destinos a través de los astros. Al dios babilónico se le dio el título de Bal, Señor, con el que solía denominársele comúnmente. En Mesopotamia los magos, no solo se dedicaron a la difusión del culto, sino que fueron los pioneros de la investigación científica.


Bajo el dominio de los asirios en Mesopotamia, se impuso el dios Ashur, que tenía el mismo carácter feroz y guerrero, según cuenta la historicidad, de aquel pueblo semita. Ashur fue considerado con El rey de la totalidad de los reyes, adjetivo propio para representar la identidad de un pueblo conquistador. Ashur era creador de sí mismo, del cielo, Anú, del infierno, de todos los hombres, morador de los cielos brillantes, señor de los dioses que fija destinos. Los guerreros asirios, según se cuenta, llevaban consigo la imagen de Ashur a sus guerras de conquista, de tal suerte que era un dios belicoso. En la teogonía asiria, la diva Ishtar se convierte, como Diosa Madre, en la esposa de Ashur.


Entre los cananeos, vecinos o, mejor, expulsos de los hebreos, primaba un politeísmo abierto que, por supuesto, influyó en los judíos pastoriles, especialmente. Dentro de los dioses cananeos se destaca Baal, el mismo Bal babilonio, que significa El Señor. Algún léxico cananeo indica que Ab o Aba es padre; Ah, hermano; Adon, señor, nombre asignado a Adonis, el dios soteriológico. Dan es juez; y Melek, rey. Shemeh es el dios solar semita, representado al estilo del Zeus griego y del Júpiter latino. El mito de la Diosa Madre, entre los cananeos, ubicados en Palestina, se representó en la diosa Geb, la tierra, que por influencia babilónica es Astarté, la variante de Ishtar. Todo indica, que varios de los grandes pilares de la religión judía fueron cimentados por los cananeos, lo mismo que el lenguaje, llegando por esta vía la influencia ariosemita de Mesopotamia, y adaptando muchas creencias de los egipcios y de las antiguas tribus árabes; con razón se puede argüir, también, que en los cautiverios de los judíos en Egipto y en Babilonia, se adquirieron doctrinas que, unas con otras, le iban dando el cuerpo al judaísmo; de esta forma la religión hebrea es producto de un sincretismo bien elaborado, al igual que todas las religiones.


Entre los greco-latinos cabe destacar un panteón bastante nutrido, en donde los dioses representaron cada actividad humana, como el amor, por ejemplo, y los diversos fenómenos naturales. Sin embargo, el Zeus heleno y el Júpiter latino se convirtieron en las divinidades principales de sus respectivos panteones, que, a la luz de la comparación, eran uno solo para las dos civilizaciones, incluso, yendo hasta las tribus germánicas que todavía no habían sido adosadas a Roma, en donde Odín presidía, siempre por coerción, el panteón de los dioses, en donde sobresalía su hijo, Thor, el dios del trueno.


La teogonía hebrea no escapa a las diferentes concepciones de una mitología unificada, como ya se ha visto, en la región asiática, que, incluso, trascendió a los pueblos del Mediterráneo europeo. Tampoco escapó a los diferentes conceptos filosóficos, que posteriormente presentaron un sincretismo avasallador, adquiriendo una identidad propia bajo las diferentes escuelas helenísticas. La misma tradición bíblica señala los diversos contactos e influencias con los pueblos del Oriente Próximo. Abraham, según La Biblia, es originario de la ciudad mesopotámica de Ur, en donde el henotismo ha podido sentar las bases para establecer un monoteísmo. Tampoco se puede asegurar que los judíos cautivos en Egipto profesaran una religión monoteísta, menos aún cuando se considera a Moisés, el verdadero patriarca de la fe judaica. Es presumible que Moisés haya adoptado como dios único a alguno de los dioses locales de las tribus adyacentes al monte Sinaí, que, por supuesto, tenía la influencia cananea y árabe; es allí en donde la tribu de Judá adopta como su dios principal a Yahvé, que, según la tradición, liberó a su pueblo de Egipto para conducirlos a la Tierra Prometida del Canaán. Realmente, de acuerdo a la mitología, el judaísmo como religión estructurada aparece desde el Éxodo, de ahí hacia atrás, incluyendo a Abraham y Noé, se puede hablar de religiosidad pre judaica acentuadamente más mitológica. Ya se hemos hablado de que la supremacía de la tribu de Judá sobre la tribu de Israel y demás clanes sometidos, impuso como dios único a Yahvé o Jehová.


En el cristianismo existe un dios único y trino, una concepción divina que, a pesar de ser de origen védico en lo fundamental con la Trimurti, el judaísmo y el islamismo no soportan de ninguna manera, aduciendo de forma peyorativa que los cristianos son, en realidad, politeístas. El cristianismo acepta, entonces, al dios del Antiguo Testamento para constituirlo en Abba, El Padre, cree en que El Padre se reencarnó en El Hijo, Jesús convertido en dios soteriológico, y que anejo a las dos divinas personas, hay una tercera, cuyo papel es algo confuso, llamada Espíritu Santo. Yahvé o Jehová pasan a denominarse simplemente: Dios, lo que permite que se asimile con cualquiera otro dios principal. El cristianismo asume a la Diosa Madre en la virgen María, aunque teológicamente le niegue su condición divina; sin embargo, el culto a María, Madre de Dios, es netamente idolátrico, al igual que el culto que se le rinde al Dios Trino, incluso por encima del Espíritu Santo. Tal como el judaísmo y el islamismo, los cristianos creen en los ángeles y en Satán, el Rey del Infierno, ideas arias provenientes desde Persia y Mesopotamia. Los dioses paganos de los romanos fueron incorporados a un panteón, ahora denominado santoral, con la calidad de santos, que día a día aumentan y a los que se les rinde culto, pues, aunque se desmienta, la santidad es una forma de divinidad. En suma, el cristianismo se puede catalogar como una religión perfecta, que posee todos los elementos teológicos, doctrinales, mitológicos, paganos, organizacionales, filosofales, rituales, sincréticos y, ante todo, mistéricos y mágicos. El cristianismo se convirtió en el crisol en donde se vertieron todas las ideas religiosas del mito ario: Dios poderoso, trinidad, dios soteriológico, sacerdocio, jerarquía pontifical, Diosa Madre, dioses secundarios, cielo, purgatorio, limbo, almas, misterio de la sangre y el cuerpo, oraciones, festividades, procesiones, exorcismo, vida del más allá, demonio, infierno, espíritu conservador, demiurgo, nacimiento virginal, natividad, pasión, resurrección, juicio final y fin de los tiempos.


El islam, en su concepción prístina y haciendo a un lado a las sectas como el Chiismo, se presenta como una religión puramente monoteísta y simple. Sus preceptos se limitan a cinco: la profesión de fe, shahada; la oración, salat; la limosna, zakat; el ayuno, saum y la peregrinación, hach, al menos una vez en la vida del musulmán a la ciudad sagrada de la Meca. La profesión de fe resume toda la esencia del islam: Alá, el Misericordioso, es el único dios y Mahoma su profeta. El islamismo sunita, que conserva la tradición de El Profeta, no es jerarquizado, y la oración en las mezquitas es dirigida por un imán o jatib, que no tiene la connotación mágica e infalible de los sacerdotes católicos y ortodoxos. No hay un pontificado, aunque sí existen líderes que imponen tal condición, como los ayatolás entre los chiitas. Aceptan a María como virgen y a Jesús como profeta, pero niegan de palmo que él sea el Hijo de Dios, y mucho menos, Dios hecho hombre. “Decir que Dios ha tenido un hijo o que se ha hecho profeta, es blasfemia.” Los sacrificios son prohibidos y aunque no hay santos, en el sentido estricto de la palabra, existen los profetas y los mártires que, siendo hombres dotados de un carácter especial, atestiguan acerca de la fe mahometana.


Conclusión


La mitología, producto de la intelectividad humana, ha creado el modo de existencia del homo sapiens, dándole un carácter mágico que propende por lo divino, en un proceso cíclico invariable. El ser humano crea sus dioses para argumentar y justificar que las divinidades son las creadoras de todo. Dentro del proceso, el homo sapiens no puede dejar de un lado el politeísmo ni el monoteísmo, ya que el primero es concebido como algo tangible, mientras que el segundo es algo meramente conceptual. El homo sapiens se siente dios a su manera, y por eso idealizó este concepto en los seres divinos, de ahí, que Dios esté presente en cada uno de los hechos y de los pensamientos de los seres humanos, después de haberse fijado indeleblemente en el subconsciente colectivo. El mito religioso no es más que la manera de interpretar una realidad en donde el sufrimiento y la angustia por vivir, y la incertidumbre por lo que vendrá, aquejan constantemente a ese ser dotado de inteligencia y que cree tener alma, un pedacito de divinidad prisionero en un cuerpo que con el paso de los años se deteriora y que con la muerte se corrompe. Todo se puede explicar satisfactoriamente, y sin mayor esfuerzo filosófico o científico, desde el ámbito de la mitología, el único producto intelectivo que ha acompañado al ser humano desde cuando deambulaba en hordas salvajes, recolectoras y carroñeras, pasando por el bache entre el salvajismo antediluviano y los albores de la civilización, continuando por el oscurantismo medieval, sangriento y satanizado, del cristianismo romano, hasta llegar a la época contemporánea que ha dado a luz un nuevo oscurantismo fundamentalista, en donde los ángeles se han convertido en aviones, en donde los oráculos en pantallas de televisión y la telepatía en Internet y en los teléfonos móviles. El mundo se invadió de ballenas de Jonás con los submarinos y los barcos que surcan la mar. A pesar de esa mitología tecnológica, el mundo sigue creyendo en Dios, su protector y forjador de esperanza, su juez y verdugo, sin importarle que fuera el homo sapiens quien creó a la divinidad para suplir psicológicamente todas sus falencias, expectativas, dolores, sensación de desamparo y angustia, y para justificar su lucha perenne por el poder. Ese ser tan débil físicamente, tal vez de aspecto anodino en comparación con muchas otras especies, no sabe que es el mismo dios Júpiter, que lanza rayos de destrucción sobre las ciudades y sobre los campos, que paulatinamente se autodestruye, llevándose de paso al Planeta al Apocalipsis. La mitología, entonces, no solamente explica el pasado, sino que justifica el presente y se atreve hasta predecir el futuro. Mientras el intelecto humano siga construyendo mitología, habrá esperanza con efecto placebo, sin importar que la psique humana, invadida de pasiones y de angustia, nos conduzca al despeñadero fáctico.
 

* * *

 

Bogotá, 1991.
Investigación para el libro El Mito Humano- Una visión psicosocial sobre la historia de las religiones.

Corrección y adiciones conceptuales: enero de 2009,
Investigaciones temáticas de reforzamiento y aseguramiento conceptual: Internet.
Digitalización: 23 de enero de 2009. Bibliografía en El Mito Humano

 

Este ensayo puede reproducirse total o parcialmente, citando la fuente y el autor.


 


 

      >